El reloj, que surgió para ayudar al hombre,
se ha convertido hoy en un instrumento para torturarlo.
Ernesto Sabato
En estos días
mis redes sociales se llenaron de bromas relacionadas a las declaraciones
hechas por un diputado de derecha en El Salvador, ahora candidato a alcalde, en
donde aseguraba que él acostumbraba a leer “100 libros al año”. Algo poco
creíble de alguien que se la pasa en campaña. Sobre todo si tomamos en cuenta que en Finlandia, donde supuestamente más se lee,
el promedio de libros al año es de 47. No pude dejar de pensar, eso sí, con cierta
nostalgia, como esa sensación de niño que añora un juguete que nunca tendrá, en
lo lindo que sería tener tiempo para leer tanto.
Todos los
que nos gusta la literatura hemos tenido al menos una vez el sueño de tener una
casa alejada, cerca de la playa quizás, una suerte de utopía a lo Hemingway,
contemplando el Mar Caribe desde su casa en las afueras de la Habana. O quizás
algo más modesto, un departamento con decoración hípster, rodeado de libros que
se acumulan en el suelo, suficientes botellas de vino y una máquina de
escribir. Pero como suele ocurrir, la ilusión se desvanece una vez que las
condiciones materiales se imponen, y nos encontramos un día leyendo y escribiendo
como se puede, en los momentos en que se puede, tragando los textos muchas
veces sin haberlos masticado lo suficiente. Hoy en día, ni siquiera las becas
son garantía de poder llevar a cabo esta tarea.
El poeta
costarricense Luis Chaves, comenta en una entrevista que las filas de los bancos
y las oficinas estatales se convirtieron en lugares perfectos para la lectura. Yo
aprendí esta lección a temprana edad, específicamente cuando tuve mi primer
trabajo y me pagaban con cheque. Los primeros días del mes, el ritual de ir a la
agencia más cercana a esperar recibir mi salario era acompañado por el libro de
turno que me encontraba leyendo. Desde entonces trato de aprovechar los viajes
largos, la ida al trabajo en el transporte público, la espera para hacer un trámite, no ya para “quemar
el tiempo”, sino para “encontrar tiempo”.
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