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Los libros robados



A inicios de diciembre, las redes sociales volvieron a sorprenderme, con la noticia que circuló sobre un embajador mexicano que fue descubierto robando un libro en Argentina. Días más tarde, se supo que esto se debía a un problema neurológico. Pero como ya es usual en nuestro tiempo las redes estallaron de comentarios en referencia al “embajador roba libros”. La imagen rápidamente remitió a muchos a Los Detectives Salvajes, novela de Roberto Bolaño, en que uno de sus personajes principales, el joven poeta García Madero, lleva a cabo una serie de robos de libros, en el afán de ver crecer su biblioteca.

Los robos de García Madero incluyen libros de autores como Roque Dalton, Enrique Lihn y Jorge Luis Borges. Años más tarde, en una entrevista realizada en Chile, Bolaño reconocería que él también había robado libros en su juventud. Ahí, el autor de Los Detectives Salvajes aseguró “yo creo que es algo que todos los jóvenes hacen y me parece, además, buenísimo que lo hagan. Robar libros no es un delito”. En mi opinión, diría que robar libros y comida, tienen, cuando menos, otros criterios éticos.

Pero Bolaño no es el único que ha puesto en el centro de su escritura la cuestión del robo de libros. Markus Zusak, en 2005, publicó la novela “La ladrona de libros”, que años más tarde sería llevada al cine. La novela, narrada por La Muerte, ocurre en el periodo de la segunda guerra mundial durante el gobierno Nazi. Ahí, la personaje principal, Leila Meminger, una niña de 9 años, irá de a poco encontrando placer por la lectura y las palabras, producto de su amistad con un chico judío al que su familia adoptiva esconde en la azotea. Leila descubre una biblioteca de una familia aristócrata de donde comienza a robar libros para su disfrute.

En mi caso, el robar libros es un oficio que nunca me vino bien. A tal punto que mi experiencia en ello es prácticamente nula. Siempre me resultó difícil. Quizás de tanto imaginar el rostro de mi madre si llegaban a atraparme. En algunos casos, también pasaba por una cuestión de códigos, como el de no robar en librerías pequeñas, con lo que las posibilidades solo se reducían a las grandes, que suelen estar llenas de seguridad.

Sin embargo, sí he sido testigo de verdaderas hazañas. Por ejemplo, conocí un chico chileno que luego de un paso de tres semanas por Buenos Aires volvió a cruzar la cordillera con una maleta de al menos 20 libros. En El Salvador, una vez visité una casa en donde la librera estaba llena de libros robados de la biblioteca de la universidad. Las ferias del libro, concurridas y con trabajadores agotados de atender gente, también son el lugar donde históricamente los roba libros han surtido sus bibliotecas.

Pero no todo en el robo de libros es el romanticismo del estudiante pobre que lo hace para poder leer los libros que le dejan en la universidad, o el lector autodidacta al estilo García Madero. Los libros, siguen siendo bienes muy codiciados. Un libro robado puede revenderse a mitad de precio, por ejemplo, por lo que hay muchos que ven en ello su negocio. En Buenos Aires, las vueltas de la vida me llevaron a conocer a muchos libreros y libreras. El trabajo de librero y el robo de libros son igualmente idealizados, pero poco se sabe de la batalla campal que estos sostienen a diario. Sobre todo en librerías pequeñas, donde los libros robados pueden llegar a costarle a un librero varios almuerzos.

Algunos “roba libros” en la historia han sido auténticas leyendas. Uno de los casos más famosos es el de William Jaques, conocido como el “Tomb Radier”(Tomador Raider), quien desde la década de los 90 robó libros por más de 1 millón de dólares, en el Reino Unido. Jaques estuvo preso en dos ocasiones por este delito. Otro caso icónico ocurrió en la década del 1920 y 1930, en New York, donde una banda de ladrones dirigida por Charles Room y algunos libreros como Ben Harris y Harry Gold, se dedicaron a robar los libros más valiosos de la famosa “Cuarta Avenida” de Manhattan que para entonces albergaba cerca de 40 librerías. La historia de los Ladrones de Book Row, es retratada por Travis McDade, en una novela policial basada en estos hechos y en que el robo de libros es protagonista. 

El embajador mexicano en cuestión volvió a su país. Mientras leía la noticia miraba mi librera y me preguntaba si no devolver los libros es también robar. Cuando empezaba a leer poesía en serio, recuerdo haber prestado un libro a una amiga. Ella me miró sonriendo, “libro prestado, no se devuelve”. En ese momento me pareció un chiste y me reí. A la fecha, nunca volví a ver el libro. Quizás esa sea una Ley universal, libros que se quedan, libros que se van. Algo así como las personas, supongo.  



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