¿Qué
nos une como latinoamericanos? Me pregunto esto sentado en la mesa de un
departamento del barrio porteño de Parque Patricios. Al fondo, los vecinos
escuchan a Antonio Ríos y su famosa “nunca me faltes”. Conocidos son los
discursos a propósito de la unidad Latinoamericana, desde personajes como Simón
Bolívar, José Martí, Augusto Sandino y más. ¿Pero de dónde viene esta tendencia
a integrarnos? ¿Es esta unión el producto de un determinismo geográfico? ¿La
herencia cultural que dejaron nuestros conquistadores? Lo cierto es que esta
región que se expande desde el Río Bravo hasta el Cabo de Hornos reclama para
sí misma una identidad.
Mucho
se ha escrito sobre el boom literario, aún hoy el mundo observa con admiración
la obra de autores como García Márquez, Clarice Lispector o Cortázar; los 80 y
90 nos trajeron una explosión de bandas de rock y también es conocido el muralismo,
principalmente el mexicano. Por otra parte, en los últimos años, se han
instalado y resignificado imaginarios como el de Patria Grande o Abya Yala, este
último que además reivindica a las lenguas originarias. Dar cuenta de todos los
procesos que construyen en el imaginario el sentimiento latinoamericano no
parece una tarea viable. Como sea, algo podemos afirmar de este sentimiento, y es
que baila y camina al ritmo de cumbia.
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Es abril del 2015 y me dispongo a ir a mi primera fiesta en Buenos Aires. La invitación vino de un amigo de la facultad, acepté sin pensarlo, pues desconocía bastante
las dinámicas de las fiestas de la ciudad. Pensé que no podían variar tanto y al
final de cuentas era una buena oportunidad de conocer gente. La fiesta era en
un departamento del barrio de Palermo, uno de los barrios de moda de la ciudad,
de fondo sonaba Spinetta, “el flaco”. Dado que la comunidad salvadoreña por
estos lados es pequeña, no mucho más de mil, siempre mis encuentros comienzan
con la dinámica de explicar el origen de mi acento exótico, que no es
colombiano, ni venezolano, y al que hasta la fecha, nadie ha podido atinar a la
primera.
Superado el ritual del acento, las
cervezas comienzan a pasar de mano en mano y los interlocutores para platicar
van de un lado a otro. La “playlist” es una mezcla entre el pop estadounidense
y el rock nacional, a la cual progresivamente se le van añadiendo algunos
ritmos tropicales. Supongo que todos lo hemos notado, pero la música
evoluciona en la medida que el consumo de alcohol aumenta.
Cuando llega el momento de mover el
cuerpo, el ritmo que suena me es muy familiar a la cumbia colombiana o
salvadoreña, pero no era ninguna de las dos. Me levanté y mi primer impulso fue
el de mirar alrededor buscando una posible pareja de baile. Sin embargo, el interés de las personas estaba más
enfocado en el círculo en donde todxs bailaban con movimientos sin tantas
vueltas y con cierta libertad, poca cercanía corporal, sin un patrón definido, por así decirlo, y entonando las letras como
en el cántico de un partido de fútbol. Ese día fue mi primer contacto con la
cumbia argentina, los meses posteriores se convertirían en un descubrimiento
constante del ritmo.
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El origen de la cumbia se puede ubicar geográficamente en el caribe
colombiano, y, según los expertos, en la segunda mitad del siglo 19. Andrés
Torrón, señala que una de las razones del éxito que la cumbia ha tenido en el
continente se debe a que integra las tres características étnicas más comunes
en la región: lo afro, lo indígena y lo europeo. De
las bandas colombianas podemos hablar por ejemplo de La Sonora Dinamita, La
Sonora Sonadera , Rodolfo Aicardi y Su Típica, entre otras. Lo sorprendente de
este género, es claramente su internacionalización. Esta seguramente se la
debemos a Luis Eduardo Bermúdez Acosta, mejor conocido como Lucho Bermúdez,
quien en los 60 se hizo escuchar por todo el continente con éxitos como “Danza
Negra”.
Por
la selva amazona, el ritmo llegó al Perú en forma de cumbia amazónica o cumbia
psicodélica. Bandas como “Los Mirlos” o “Los Destellos” se convirtieron rápidamente
en los referentes a finales de los 70. Este género se desarrolló principalmente
en aquellas ciudades que tenían el impulso petrolero, cercanas al Amazonas, por
eso muchas hacen referencia a esta actividad productiva y a los paisajes
característicos de esta geografía. La llegada de este ritmo a las zonas
centrales y las masivas migraciones hacia Lima desde las regiones andinas
provocaron una pronta fusión entre la cumbia peruana y los ritmos andinos que
dieron origen a lo que hoy en día se conoce como la chicha.
Al
norte del continente, destacan variantes importantes, como la cumbia sonidera
en México, que combina el ritmo de la cumbia colombiana con sonidos comunes de
DJ de los 90, por ejemplo en la música de Celso Piña y Ángeles Azules. En Costa
Rica, el Swing Criollo, asumió rápidamente
una posición de desafío a las élites dominantes que le consideraban vulgar y
desprestigiado. Por su parte, El
Salvador no fue la excepción de este avance de la cumbia y grupos como Marito
Rivera y su Grupo Bravo, la Raza Band o los Hermanos Flores pusieron el
elemento de alegría en una sociedad golpeada por la represión militar, la
pobreza, y la guerra.
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“Si no puedo bailar, tu
revolución no me interesa”.
La
frase se le adjudica a la anarquista y feminista Ema Goldman. Más tarde,
fue popularizada y reivindicada por diversos movimientos feministas,
anarquistas y contraculturales de los años 70. La misma hace énfasis en que las
formas de dominación también se manifiestan sobre los cuerpos. En el baile, los
puntos referenciales que separan lo estéticamente bello y artístico, de aquello
que es considerado vulgar e inferior, suelen venir definidos por las élites
económicas y las vanguardias académicas.
Me
contaron que en algunos servicios de teleoperadores, los famosos “call center”, existen horarios específicos para ir al baño. En las maquilas de El
Salvador, son incontables los casos de mujeres con problemas
permanentes en su espalda, debido a la incómoda posición de trabajo. Por eso no es descabellado pensar al baile como un espacio de
resistencia. Nuestro cuerpo, sometido en la semana al sedentarismo y la rigidez
capitalista, encuentra en el baile un grito de auxilio, un momento de autonomía
que constantemente le es negado.
En lo personal, cuando
salgo a bailar disfruto ver a las otras personas, la imagen de dos amigas que
bailan desbordadas, el chico que baila solo sin complejos, los grupos de amigos
que se divierten, hasta la pareja que hace del baile un homenaje a la
sensualidad. Todos los estereotipos de lo estético quedan anulados en un
desborde de energía y alegría, en que las fronteras de la timidez se rompen
para dar paso al júbilo. Si el baile profesional es el
poema escrito en métrica, el baile popular, ese del barrio, es un auténtico verso
libre.
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El
edificio donde vivo es uno recuperado después de que lo que estaba destinado a
ser una fábrica quedara abandonado por la constructora. En él viven cerca de
unas 40 familias. Por las mañanas, no necesito la alarma, el sonido del
ascensor industrial del que hace uso la gente al salir hacia sus trabajos es
suficiente para despertarme. Es viernes y en el edificio de al lado suena Damas
Gratis, una de las bandas a las que se les atribuye la consolidación de la cumbia villera.
La banda la formó Pablo
Lezcano cuando tenía 23 años, en el barrio de Villa Esperanza,
en el área metropolitana de Buenos Aires. En lo musical, la cumbia villera mantuvo un ritmo binario
propio de la cumbia, con sonidos que tienen influencia de la chicha. En lo que se refiere a sus
letras, las referencias a la violencia, la represión policial, el alcohol, las
drogas, temáticas que históricamente pertenecían al mundo del rock y del hip
hop, se volvieron características. Letras como: “por ser un pibito bien
cumbiandero me subís a tu patrullero” reflejaban a modo de denuncia el
estigma y el acoso por parte de la
policía.
Algunos
años más tarde del boom de la cumbia villera, la cumbia dio una transición de
marginal a ser lo más sonado en Buenos Aires. Producto de esta transición encontramos el surgimiento de lo que podría considerarse su antítesis,
expresada en la cumbia pop o, como a muchos les gusta llamarle, cumbia cheta. Importada
desde Uruguay, con bandas como Márama, la cumbia cheta combina el ritmo de la
cumbia tropical con el pop, y a diferencia de la cumbia villera arroja mensajes
más optimista y alegres, aludiendo principalmente al amor romántico. Bandas como Agapornis, con una imagen de
cantantes pop, y una estética más “digerible” para las clases medias,
renuentes a reconocer a la “cumbia negra”, permitieron que estos sectores
terminaran de abrazar el ritmo. Me atrevo a decir, sin el afán de caer en una
caricaturización del “todo es político”, que la cumbia en este país manifiesta
a cabalidad la disputa por los símbolos entre clases sociales.
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Salgo
de camino a casa luego de visitar a un amigo en la colonia “La Cima” en San
Salvador. Mientras camino, paso frente a una casa en la que escuchan a Aniceto
Molina y su “Peluquero Salvatrucha”. Se trata de un músico colombiano que tomó
mucho cariño por El Salvador y muchas de sus cumbias hacen referencias a la
cultura salvadoreña. Cuando murió hace un par de años, yo ya estaba en Buenos
Aires, le pregunté a unas amigas colombianas si lo conocían y dijeron que no.
“Nadie es profeta en su tierra”, pensé.
En
la calle, los vecinos comparten unas cervezas y me saludan con efusividad,
mientras el sonido de la pólvora se vuelve más intenso y el olor a cena de fin
de año comienza a despertar mi apetito. La casa de mi madre está llena de
gente, la encuentro bailando con uno de mis tíos al son de “La Bala”. Siempre me ha parecido escalofriante que la
canción más popular en El Salvador haga referencia a una bala, pero supongo que
la música tiene esa capacidad de retratar a un país en que violencia y alegría
coexisten con total naturalidad. Cuando mi madre me ve entrar levanta la vista y
sonríe. Pienso que después de un año de no verla, esa sonrisa cobra más valor,
mientras en mi cabeza resuenan los versos de la canción de Marito Rivera y su
Grupo Bravo: “es la cumbia la que manda en mi país”.
***
Al venir al Sur ignoraba la riqueza
de producción musical tropical que existía de este lado del continente. Me
sorprendió, sobre todo, la reapropiación para conectar con mensajes políticos y
de denuncia, espacios que al menos en mi país siguen siendo prioritariamente
cubiertos por el rap, el punk y la trova.
La combinación que bandas como La Victor
Jarra, las Conchudas, La Delio Valdez, hacen de la cumbia con otros géneros
para comunicar un mensaje político es a mi entender una gran estrategia de
conectar con la cultura popular, de darle una dimensión más alegre a la lucha
social. Quizás era algo así lo que imaginaba Ema Goldman cuando respondió con
tan contundente frase.
Hoy, por cierto, en Buenos Aires
toca Juana Fe, directo desde Chile. Hoy es viernes, hoy se baila cumbia.
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